En nuestro siguiente relato de la serie, Leyendas de Sonora, nos trasladamos nuevamente a la frontera, esta vez a la bellotera ciudad de Nogales, donde los antiguos cuentan:
Hay un montículo de piedras, en un predio descuidado, localizado entre dos domicilios de la colonia Héroes. Quedó ahí como testimonio de la tumba del adolescente milagroso que fue conocido como San Andresito.
La leyenda urbana del joven Andrés Orozco era contada con frecuencia por los primeros moradores de la colonia Héroes.
La historia cuenta que, aproximadamente en el año 1880, en la calle Río Bravo, había un galerón acondicionado como hospital para varias personas que estaban afectadas por una epidemia de lepra.
Entre los enfermos se encontraba Andrés, que murió a la edad de 15 años y quien, según la leyenda, era un joven bien parecido, muy educado y bueno, y que era muy querido por la comunidad de aquellos tiempos.
Cada persona que iba muriendo era sepultada en el cerro ubicado en lo que ahora son las calles Río Conchos y Río Bravo, a pocos metros del galerón acondicionado como hospital para los leprosos.
Era tanto el cariño que la gente le tenía al joven Andresito, que a los pocos meses de su muerte se le empezaron a atribuir decenas de milagros, que hizo que las personas comenzaran a tenerle mucha fe.
Los habitantes de aquellos años se comprometían con San Andresito a prenderle veladoras o rezarle Rosarios por determinado tiempo, para que les otorgara todo tipo de milagros.
En las anécdotas de los viejos también relatan que San Andresito se aparecía tocando las puertas de los domicilios de aquellas personas que no cumplían con las mandas que le prometían.
Todavía, hasta la década de 1970, muchos de los habitantes de la colonia Héroes acostumbraban llevarle coronas, flores y veladoras al adolescente milagroso conocido como San Andresito.
El crecimiento poblacional aumentó en la colonia Héroes, al igual que en todo Nogales, y la tumba de San Andresito quedó olvidada en la parte posterior de un domicilio donde sólo queda un cúmulo de piedras. Pero eso sí, dicen que Andrés sigue cumpliendo milagros a quienes le tienen verdadera fe.
Un evento impresionante relacionado con el pequeño milagroso, es el que le ocurrió a Mercedes. Ella era una mujer sumamente alegre y divertida. Si había alguna fiesta, ella siempre estaba ahí para gozar de la parranda. Todo esto no suena tan mal, pero el problema fue que ella comenzó a beber mucho.
Después de unos años, ya ni siquiera importaba si había fiestas o no, ella se dedicaba a beber incluso cuando estaba sola. Sus familiares, al darse cuenta del problema, intentaron ayudarle, pero ella no creía que hubiera algo mal, pues sólo les decía:
—Vida sólo hay una, hay que vivirla.
Aunque sus seres queridos le explicaban que eso no era vivir y que, al contrario, se estaba matando, a ella no le importaba nada. Al contrario, comenzó a tomar drogas para hacerlos enojar más.
Al principio comenzó con marihuana, pero esto no le bastó y se siguió con la cocaína y la heroína. Así se mantuvo un tiempo, pero luego lo perdió todo, ya no tenía dinero para conseguir su droga, por lo que comenzó a robar. En unos cuantos meses pasó de ser el alma de las fiestas a una pobre mujer que inhalaba pegamento.
Sus hijas no podían verla así, por lo que decidieron llevarla a un grupo de alcohólicos.
Funcionó unos pocos días, pero en cuanto la dejaron sola, regresó a las andadas.
Un día, ya muy de noche, en la colonia Héroes, Mercedes asegura que vio a un fantasma que le dijo:
—Me da gusto que hayas venido. No me gusta estar solo y he decidido que tú me harás compañía. Vas a morir y te quedarás toda la eternidad a mi lado. Pero como no quiero que seas feliz, debo decirte algo: los muertos no beben, no se drogan, no van a fiestas, sólo se dedican a sufrir para siempre y, te aseguro, se me han ocurrido algunos tormentos especiales para ti.
A Mercedes se le bajó la borrachera en un instante y, como pudo, salió corriendo de ahí. Al llegar a casa de sus hijas, les contó lo sucedido. Cuando ellas escucharon todo, se sonrieron entre ellas.
Al día siguiente, Mercedes parecía otra persona. Se puso a limpiar la casa de sus hijas y hasta les hizo el desayuno. Mientras tanto, ellas fueron a la lápida de Andresito y le dijeron:
—Gracias, querido santo. Sabemos que fuiste tú quien salvó a nuestra madre.
Entendemos que la única manera de hacerla reaccionar era con un gran susto.
En señal de que las había escuchado, el joven santo mandó una ráfaga de viento que puso una flor en cada una de las manos de las hijas de Mercedes.
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