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Foto del escritorRoberto Quintero

LAS NIÑAS NO SE TOCAN…. SU VIDA PUEDE CAMBIAR EN SEGUNDOS


Esta historia fue real, ocurrió en algún lugar de México, el nombre de la victima fue cambiado para su protección, sin embargo cada uno de los detalles pueden ser un ejemplo para padres y tutores.


Cuando Liliana tenía 5 años, fue víctima de violación. Como muchas niñas, tuvo padres que trabajaban todo el día y que la dejaban a cargo de una niñera. La violó su cuidadora. Liliana no le dijo a nadie, porque ni siquiera sabía lo que le había pasado, solo sabía que se sentía mal. Poco tiempo después, su cuidadora dejó de trabajar en su casa, pero nunca volvió a sentirse a salvo.


Cuando Liliana tenía 11 años, un equipo de policías fue a dar una plática sobre violación y abuso sexual en su primaria. Fue la primera vez que alguien nombraba algo parecido a lo que le había pasado. Se preguntó si lo que le había ocurrido no era violación, porque no lo había hecho un hombre. Se preguntó por qué nadie la había cuidado (y mucho tiempo después, entendió que ella, la que la violó, era quien debía cuidarla). Pero, sobre todo, se llenó de enojo; entendió que alguien le había quitado algo, le había roto algo, le había hecho algo que no estaba bien. Se llenó de ira al saber que ella debió de haber sido protegida de esa tragedia y que no lo fue. Que nadie supo. Que nadie hizo nada. Que nadie preguntó. Nadie la salvó ni la sanó, ni siquiera se enteró. Con toda esa rabia que tenía en su interior, se acercó a la policía y entre lágrimas, le preguntó: ¿si alguien me hizo algo así hace mucho tiempo, ustedes me pueden ayudar?


Liliana me dice que las palabras de esa policía se quedaron marcadas en su corazón. La policía, sin ver más que un instante, a esa niña llena de ira y de dolor, le contestó: “nombre, seguro ni hay pruebas. Además, eso ya prescribió”. Liliana, en ese momento, ni siquiera entendió que era prescripción. Pero sí entendió algo: que a nadie le importaba ni escucharle, ni creerle, ni protegerle. Entendió que era mejor guardarse lo que le había pasado y nunca hablarlo. Sepultar y olvidar. Negar. Protegerse ella solita, para que nadie le volviera a hacer algo igual y jamás volver a tratar de buscar ayuda en un mundo que no tenía pretensión alguna de cuidarla.


Me confiesa que -mucho tiempo después, cuando encontró un lugarcito en el feminismo y conoció abogadas feministas- la rabia comenzó a brotarle por los poros y se convirtió en semillas que se volvieron bosques enteros de una conciencia eterna y rampante de injusticia. Entendió todos los derechos que le habían violado, toda la justicia que le habían negado. Se dio cuenta que el delito que le hicieron no había prescrito cuando trató de buscar ayuda. Comprendió que el derecho penal no había sido hecho ni para creerle, ni para sanarle ni para darle justicia.


Como Liliana, cada año 5.4 millones de niñas y niños son víctimas de violencia sexual. Como a Liliana, cada año, a 5.4 millones de niñas y niños las lastiman, las abusan y las marcan. Como a Liliana, cada año, 5.4 millones de niñas, niños y adolescentes son víctimas de abuso sexual por parte de las personas que tenían que cuidarlas; sus padres, sus padrastros, sus tíos, sus hermanos, sus primos, sus abuelos; son los padres en las iglesias a las que van cada domingo, son los maestros que deberían estarles enseñando a leer, son los vecinos; son las personas cuidadoras con las que les dejan sus padres y sus madres que trabajan.


Escucha a tus hijos e hijas, bríndales confianza, atento a cambios de humor, comportamiento y costumbres, son los detalles que pueden cambiar su vida.



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